domingo, 13 de agosto de 2017


Dios se acerca a nosotros despacio, suave, ligero como la brisa.
Llega hasta el interior más intenso y profundo como un susurro dulce.
No necesita de manifestaciones ni grandezas que resuenen en el viento.
Cuando el gran árbol se mueve con delicadeza y sensibilidad, sus ramas
son como abanicos de plumas que se desplazan en el aire como un beso
de cariño y amor. Se percibe más con el alma que con la carne.
Hasta la Roca Encantada se mueve como un susurro sobre el lecho terrestre.
Y con ella la Ciudad de Martos, en conjunción plena.
Pienso que el Poder de Dios, es decir del Amor, pasa de la inmensidad
hasta lo más pequeño. Es como si una elevada y potente cordillera pudiera
contenerse y ser en plenitud en un  trozo de roca que podemos coger con
una mano.

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