martes, 26 de septiembre de 2017

Otoño en la Colonia Augusta Gemella. II. Los Antepasados y el miedo
al Inframundo.
Además de los dioses inmortales que regalaban su gloria a Roma y su Imperio,
estaba el pensamiento de las personas de ese mismo imperio. Los dioses estaban
muy lejos de su vida, de sus necesidades, de sus deseos más profundos. Los dioses
de Roma no llegaban hasta el corazón herido, repleto de miedo cuando se acercaba
la hora de la muerte. Solo el poder de Roma era importante y no los sentimientos,
sensaciones, pues sus hijos se ofrecen a la gloria de Roma sin una mirada de
misericordia de parte de los dioses. Los Antepasados fueron el gran refugio
de las personas, pues desde la familia llegaba también el escudo protector
para el terrible inframundo. Por eso el enorme desarrollo a lo largo del tiempo
del culto a los antepasados, a los familiares cercanos que formaron parte de
la vida y por supuesto a otros más lejanos en el tiempo pero que entregaron
su esfuerzo y su aliento por la familia. Siempre el abrazo familiar en la vida
y en la muerte.
Imprescindible era pagar al barquero que llevaba a los difuntos a este lugar
poco conocído en realidad. Aunque la desesperanza brotaba en la mente
de cada persona cuando pensaba en este oscuro espacio de muerte en las entrañas
de la tierra, sin ver la luz del sol ni el resplandor de la luna, sin noche ni día.
Solo la esperanza de encontrar el cimiento de los antepasados, cercanos o lejanos
ayudaba a soportar la visión de la soledad de la muerte.
Destacar que el Cristianismo, desde el principio de su expansión pero sobre
todo a partir de la gran crisis del siglo III, demostró capacidad de recoger
tradiciones antiguas y poderosas para alcanzar adeptos y seguidores. Entre
ellas el respeto inmenso por los difuntos que descansaban en la paz de Cristo.
La promesa de la Resurrección se convirtió en el pilar invencible del triunfo
del Cristianismo en el mundo romano.


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