sábado, 16 de septiembre de 2017


Aroma elevado en el aire. Incienso que refleja la luz mientras asciende.
Incienso para los dioses y también para las personas, pues perfumaba
palacios y grandes mansiones, senderos sagrados y otros menos venerables
pero muy deseados. Desde la antigüedad y durante milenios solo unos pocos
privilegiados podían adquirir Incienso. Reyes, nobles, sacerdotes y gentes
de la cúspide de la sociedad piramidal. El pueblo se conformaba con tener su aroma
en las grandes festividades y procesiones de los dioses.
Hasta el mismo Jesús lo recibió como ofrenda, siendo un pequeño niño.
Lo recibió de los Magos de Oriente, junto al oro y la mirra, por ser Hijo de Dios.
Percibir el aroma del incienso, es sentir el olor de la divinidad, de la purificación.
Entre los muros de un templo, de una casa, en el aire de pueblos y ciudades, el incienso
nos llena cuando respiramos y en el fondo respiramos historia, tradición, fe, sentimientos.
Puede gustar o no pero es justo reconocer su enorme valor y permanencia.

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