viernes, 26 de octubre de 2018



De niño recuerdo los garbanzos tostados en la Plaza de Santa Marta. Mi Abuela
me llevaba a misa y me compraba un paquete de garbanzos, en la esquina de la
Capilla de Jesús. Un Señor con una cesta los vendía con gracia y mucha delicadeza.
Era al final de los años 60 del siglo pasado. No puedo olvidar la ilusión de los domingos
de la mano de mi Abuela, una persona excepcional y tan amante de Martos y sus tradiciones.
Toda la semana esperaba el domingo para tener mi paquete de garbanzos tostados y escuchar
a mi Abuela contarme las bellezas del Templo de Santa Marta y de Martos en general.
A pesar del paso del tiempo, cuando estoy en la Plaza me dejo coger siempre por su mano
que me lleva despacio a la iglesia con mi paquete de garbanzos tostados.
Mi Abuela me enseñó a querer esta ciudad de Martos, sembró en mi interior una semilla
de amor, capaz de crear un árbol inmenso con Martos en plenitud.

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