sábado, 27 de enero de 2018

Érase una vez un Reino feliz, radiante, espléndido entre verdes olivos.
En este reino de ensueño, una inmensa Roca se levantaba poderosa y fuerte.
El tiempo pasaba lento, muy despacio, los años eran largos como un gran río.
En la cúspide de la Roca habitaban ángeles generosos, ángeles protectores
de todo el reino. Y un buen día de invierno alzaron el vuelo, desplegaron
sus alas y empezaron a volar sobre los restos venerables de la antigua fortaleza
que los cobijaba. Aire frío los impulsaba y sus alas estaban cubiertas de copos
de nieve que no cesaba de caer del cielo. Mientras la nieve descendía también
bajaron los ángeles a la Ciudad de Martos, volando entre sus calles y plazas.
Buscaban y buscaban un hogar, un resplandor, una cálida cuna.
Y sobre todo buscaban a dos personas que aguardaban con mucho amor,
que esperaban con ilusión renovada cada momento, cada instante, la llegada
de una nueva vida.
Muchas Gracias por esperar con tanta esperanza, con tanta fuerza, con tanta
alegría. Muchas Gracias por acogerme con un amor tan intenso que me cubrió
desde la primera luz que vieron mis ojos.

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