domingo, 18 de noviembre de 2018

Una hermosa franja naranja sobre el horizonte. El Sol desaparece y hasta en su ocaso
es creador de belleza. Martos.
En la antigüedad cuando llegaba la oscuridad, el resplandor del fuego pasaba a ser
el dueño del aire, de los hogares, los palacios, las sendas, de las ciudades y aldeas.
El fuego derrotaba a la tinieblas con más o menos intensidad pero siempre nos alejaba
de los seres malignos del inframundo que usaban la oscuridad como una senda para regresar
al mundo de los vivos. No solo los hogares, también los templos se iluminaban con las
llamas en gran cantidad de cadelabros alimentados con el sagrado aceite de oliva.
Durante la noche, la madrugada, hasta la salida del Sol, los sacerdotes no dejaban apagarse
el fuego defensor y benefactor. Las imágenes de los dioses estaban iluminadas y ungidas
con el preciado incienso que daba su perfume y su acción de gracias por su protección
frente a los espíritus malignos. La Ciudad, Tucci, colonia Augusta Gemella, Martos,
era toda ella una inmensa llama en la noche, después del ocaso. El sagrado aceite de oliva,
alimento de esa llama, además de alimentar, curar, embellecer, renovar.
Desde tiempos remotos se establece un intenso vínculo entre la noche y el óleo sagrado.



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