miércoles, 7 de febrero de 2018

Para permanecer a lo largo de los siglos, puede que Júpiter amara
a la Colonia Augusta Gemella. Para ser una de las ciudades más antiguas
de occidente, puede que Iuppiter Optimus Maximus, otorgara su bendición
a la Ciudad de la Roca Encantada. Puede que Juno y Minerva también
la amaran y por ser tan querida por la Tríada Capitolina, la venerable Tucci
permanezca viva, sobre el trono de su Peña elevada sobre la tierra, sobre el mundo.
Es la Ciudad de Júpiter que resplandece sobre la Roca y tiene la promesa
de estar, de ser, de palpitar cuando otras ciudades han muerto, han sido
sepultadas por los siglos. En cambio Martos está elevada y radiante, está viva.
El viento árido no la ha derrotado, no la ha arrastrado a la desaparición,
no la ha enterrado como a tantas ciudades que ahora son yacimientos, restos
de una vida pasada y en muestros días estructuras frías, muertas, secas.
El tiempo ha renovado de forma constante la realidad de una ciudad
que persiste en existir, su tierra ha sido removída y ha cubierto sus pilares
del pasado pero el núcleo permanece intacto, invicto, robusto.
Estoy muy orgulloso de la Ciudad de Martos, ciudad navegante como
un gran navío maravilloso que continua surcando el mar profundo, intenso.
Martos es la ciudad de Júpiter, señor y padre de los dioses, sus campos son verdes
por ser perpetuos, pues Dios los acarició y renovó las antiguas promesas, escuchó
las antiguas plegarias y oraciones que descansan en los cimientos de templos
y hogares, en las piedras fuertes que brotan en sus sendas, en sus caminos,
en sus calles y plazas. Por eso deseo descansar en su seno, en su vientre fértil,
generoso, maternal y entregado. Reposar en sus entrañas abrazado a la Fe
de Martos, de Tucci, de la ciudad de la Roca, de la Peña de Dios.

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